jueves, 9 de junio de 2011

No era abominable,

Pero llegue a detestarlo,

Como las damas a las cucarachas y a las ratas.

Odie sus hendiduras,

Sus bordes,

Su figura,

Me hundí en repugnancia al contemplarlo.

Estupefacta como quien se enfrenta

A la vasta anchura del mar por vez primera,

Me quede sin habla,

Con aliento,

Pero sin palabras.

Y lo ame como uno ama a la vida,

Como si el pecho se desbaratara en una sacudida,

Lo adore como la más devota de las monjas adora a Dios.

Lo quise por su simpleza,

Por su contorno esculpido,

Por sus delicados recodos y gestos.

Lo ame porque era una sorpresa,

Por su naturaleza inesperada.

Triste como la lagrima virgen

Del niño que comienza a comprender,

Llore su ausencia.

Lo llore como las viudas de guerra,

Extrañe cada recodo,

Cada beso y cada suspiro…

Lo recordé en las noches solitarias,

Solemne como una estatua

Vestí su recuerdo de grandeza y de añoranza.

Ardiendo, como en las llamas del infierno me revolvió el estomago.

No era abominable…




Lucia Giacondino 27 de agosto 2005

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