lunes, 27 de junio de 2011

Jugamos
Sin saber que podríamos causarnos
Tanto daño.

Subimos los peldaños
Pensando en un ascenso infinito
Pero no contemplamos
La posibilidad del abismo

Jugamos
Sin pensar en que podíamos
Volvernos tan extraños…

Que nuestros labios
Podían secarse con un beso.

Jugamos
Sin querer querernos
Sin saber que al final del día
Era el amor quien nos tomaría de rehenes
Para dejarnos sin tregua

Jugamos
En esta enorme selva


De sentimientos.


Lucia Giacondino 26 de agosto de 2009

sábado, 25 de junio de 2011

Y era de esperarse.
Los pliegues de las sabanas antes de arrugarse.
Las comas y los puntos finales.
La repetición de una frase
Inconclusa
Y de una pregunta
En la sangre.
Era de esperarse.
El musculo retorcido.
Las venas que arden.
La garganta muda
Y el arte de escaparse.
Era de esperarse.
El pecho agitado.
Las cuerdas.
Los bares.
Las promesas vehementes.
Los amaneceres surreales.
Y las uñas sucias.
Era de esperarse.
Que brotara el defecto.
Que se aglutinara la sangre
Que surgieran los hechos
Por sobre las rimas y el arte.
Que no se pueda odiar
Que tampoco haya posibilidades de justificación
Que el verbo sea siniestro y sórdido
Que no haya compañías hoy.
Era de esperarse.
Una gota de sudor en la espalda.
Una lengua mordaz
Jugando a encerrarse.

Porque se enciende y es irremplazable
Arrasa impío
Como el huracán de una voz implacable
Era de esperarse.

Todo tiene un vaivén
Toda regla sigue su parte
Toda parte tiene su riesgo
Como el fuego a extinguirse
Como el lago a secarse
Como el oxigeno a consumirse
Como las cenizas a disiparse.

Esas personalidades inverosímiles
Que solían inventarse
Fueron poco a poco suicidándose.

Era de esperarse.




Lucia Giacondino 25 de junio de 2011

miércoles, 15 de junio de 2011

Tengo para ofrecer este cumulo de incongruencias
Esta amargura permanente
Esta sensación de indiferencia.

Una pizca de sal
Esa sal que te corroe el estomago con saña.

Tengo para ofrecer esta soledad que me acompaña
Esta soledad de mundo incomprendido
Y ese sentimiento de certeza que no acaba.

Tengo para ofrecer este saber inútil
Y este conjunto de ignorancia
Porque cada uno es un mundo inexplorado
Y mi mundo es una puerta llena de incógnitas permanentes que se desangran.
Ver que estoy ausente y que siempre lo voy a estar
Al lado de cualquiera que me mire
Siempre mostrando la mitad
La parte pequeña que puedo exhibir
La parte que va acorde con esta sociedad.

Tengo para ofrecerte esta esperanza sin sentido
Y estos ojos perdidos en un horizonte sin final.
Porque acá está lleno de personas
Lleno de ironías
Lleno de sarcasmos
Lleno de vida muerta
Y de muerte viva.

Tengo para ofrecer una sonrisa tenue
Una carcajada a oscuras
Un egoísmo gigante
Y estas palabras.

Tengo para ofrecer estas rimas
Estas fotos
Esta voz
Estas lágrimas.

Sé que estoy rota
Y que lo que se quebró es irreparable.

Sé que estoy muda
Porque lo que puedo ofrecer son solo partes.

Vivo en un mundo de sordos.
Soy sorda.
Pero me gusta gritar.
En los bares de siempre
En mi cama y en mi mente.
Y aunque no tenga nada para ofrecerte
Pongo las cartas sobra la mesa.

Sé que es un riesgo suicida
Aceptar lo que tengo para dar.

Sé que es un intento titánico
Difícil de sobrellevar.

Porque tengo un vacio inmenso que nadie podrá llenar
Como espejos de colores
Que ya no quiero vender.

Ojala me pueda comprender algún día
Ojala pueda llegar a componer la melodía de una tregua
En mi mente inconexa.

Tengo para ofrecer la eterna duda
De una mujer que en la oscuridad
Deja girar el faro
Iluminado por reconciliaciones
Y acuerdos transitorios.

Ojala pueda algún día llegar al fondo de mis nudos
Y desatarlos.

Ojala no pierda toda mi vida intentandolo.



Lucia Giacondino 15 de junio de 2011

jueves, 9 de junio de 2011

No era abominable,

Pero llegue a detestarlo,

Como las damas a las cucarachas y a las ratas.

Odie sus hendiduras,

Sus bordes,

Su figura,

Me hundí en repugnancia al contemplarlo.

Estupefacta como quien se enfrenta

A la vasta anchura del mar por vez primera,

Me quede sin habla,

Con aliento,

Pero sin palabras.

Y lo ame como uno ama a la vida,

Como si el pecho se desbaratara en una sacudida,

Lo adore como la más devota de las monjas adora a Dios.

Lo quise por su simpleza,

Por su contorno esculpido,

Por sus delicados recodos y gestos.

Lo ame porque era una sorpresa,

Por su naturaleza inesperada.

Triste como la lagrima virgen

Del niño que comienza a comprender,

Llore su ausencia.

Lo llore como las viudas de guerra,

Extrañe cada recodo,

Cada beso y cada suspiro…

Lo recordé en las noches solitarias,

Solemne como una estatua

Vestí su recuerdo de grandeza y de añoranza.

Ardiendo, como en las llamas del infierno me revolvió el estomago.

No era abominable…




Lucia Giacondino 27 de agosto 2005